FLORENCIA BOHTLINGK
Garzas en el pecho Claudio M. Iglesias Las nubes no son esferas, Las montañas no son conos, Los litorales no son circulares, Y los ladridos no son suaves, Lo mismo que los relámpagos No viajan en línea recta. Benoît Mandelbrot Los tordos, si los mirás, hacen contacto visual y se van volando. Pero si usás sombrero es posible que no te alcancen los ojos y puedas acercarte. Una garza cruzó la reja de la casa, después no sabía cómo volver a la barranca. De esas cosas que dice Mandelbrot está hecho el mundo de Florencia Böhtlingk. Y al revés, de esas cosas que dice Böhtlingk está hecho el universo, algunas de cuyas leyes estudió Mandelbrot. En la galería de la casa, Böhtlingk me muestra La imagen no tiene forma de F. Jullien. A ella se lo mostró Paiva, el compañero que ya les voy a presentar. Allí están, en un extenso estudio sinológico, las consignas de la antigua pintura china. No agotar, dice Jullien. No se cansen: el esbozo deja las cosas cerca de donde fueron creadas. La Tierra es un damero, llena de opuestos. Igual que la barranca del bajo, cargada de estímulos y veleros. Cosas que pasan. Al sentarte a dibujar sale lo que sale. “Estoy delante del río, hay miles de reflejos, sauces, juncos.” * Muchas de estas acuarelas del Río de La Plata fueron realizadas siguiendo un rito: el encuentro de tres amigos. Damián Crubellati, Adrián Paiva y Böhtlingk hacen nido en la casa de Paiva en el Delta. De ahí salen a buscar paradas donde sentarse a dibujar. A veces caminan, a veces van en bote. Lo hacen al menos una vez cada estación, redondean cuatro veces al año. Lo hacen hace muchos años. Crubellati y Böhtlingk van exaltados a verlo a Paiva a la isla. Van contentos. Son amigos. A veces se suman Torcoletti o Viracocha (el artista boliviano amigo de Crubellati). Pero ellos tres, Paiva, Crubellati y Böhtlingk, dan la figura básica. “Es obvio que la situación supera al papelito”, dice Böhtlingk. La situación dada: el río con su ímpetu y su multitud de simulacros. Frente a él, unas acuarelas y unos pasteles se inclinan a contar historias. * Antes Crubellati y Böhtlingk se juntaban a dibujar modelo vivo en un taller en Palermo. Eso fue como entre 2000 y 2004. Después Paiva se fue para la Isla y los otros dos se afincaron cerca de la barranca. Ahí se formó el triángulo. * La garza mora no es la garza blanca. Y tantas garzas hay; el papelito no puede abarcarlas. No puede agotarlas: su negocio es el bosquejo, la indicación de que el flirt nunca se despegue de su aparición incipiente. Después de quedar embarazada de su primer hijo Tacio, en 1986, Florencia Böhtlingk tuvo de profesor a Demirjian en los cursos de extensión de De La Cárcova. “Tenés unas abejas y un floripondio enfrente, y algo tenés que hacer”. Tenés garzas en el pecho. Algo tenés que hacer. * Los pintores, Crubellati y Paiva, son los compañeros; juntos forman un gremio ideal. Las salidas con ellos son jornadas de trabajo. Böhtlingk va en auto. Crubellati en tren. Se encuentran en Tigre y encaran el trámite de la lancha con Paiva, que ya los está esperando con pescado fresco y el boleto para isleños para los tres (el boleto para quienes no residen en la Isla se sabe que es más caro). Se suben a la lancha de las diez. Antes era distinto: salían en la lancha de Böhtlingk, la Triunfo, para simplificar el trayecto. Una vez los paró Prefectura y Torcoletti preguntó: “¿vamos presos?” O se quedaban varados y entonces un yate los rescataba con soga. Cosas de la vida terrenal que los pintores buscan dejar atrás. Hay quien dice que en la acuarela todo es tema de simplificar, capturar el momento. Al remar en la piragua de Paiva, ver que pasan tres yates alineados: ocre muy mojado sobre rojo, tirado de lado a lado, la canoa haciendo maniobras para evitar la pegada fuerte del agua (Yates, canoas, 2011). A veces están más lejos y ven un transatlántico que pasa por el canal Mitre. Mucho yuyo, blanco, tierra baja (Vista Transatlántico, 2015). Depende el día, el año, el estado de ánimo. * En un momento Böhtlingk dejó de mirar la naturaleza y empezó a mirar a las personas. ¿Será por tener tan buena compañía? O la creencia de que un gesto humano se puede abrir como una flor o asentarse como las garzas ordenadas en una rama. Böhtlingk dibuja todo rápido, a diferencia de su colega Paiva y sobre todo de Crubellati, lentos ellos como solemos ser los hombres. También se dice que las chicas adquieren el habla antes y mejor que los varones. ¿Todo es más fácil en adecuada compañía y al aire libre, entonces? Cosas como aprender a hablar, sí. Pero hay un balance de facilidad y dificultad allá arriba, en la cabeza. Las cosas salen más y más rápido juntos, seguro; con una mirada, un gesto, un mate. Por eso ninguna catedral fue construida por un individuo solo. “Conviviality”, se dice en inglés. Es un falso amigo, en la jerga del gremio de traductores y profesores de idioma: de ningún modo tiene que ver con convivir. Más bien es estar profundamente acompañado, así sea picando piedras. O buscando el ángulo para atrapar pájaros sin armas y bajarlos del aire al papel. * En el río todo se acelera. Pero también hay ramas, espinas, puntos de vista. La manera de pintar de Böhtlingk, en las acuarelas, es dejar la forma sin pintar. ¿Y eso cómo se hace? Trabajando. Pero no con los brazos. Tiene que ver con afilar la atención, con respirar, con charlar y caminar. Poner es sacar: dejar que la forma se insinúe es buscar la inocencia, blanca como la nieve. Cada rama blanca, rodeada de planos de color aplomado, busca su propio rumbo; y ahí ella encuentra la manera de acercarse al enigma y dejar todo lo más cerca posible del comienzo: dejando todo atrás. Así Böhtlingk huye, así se exalta. A veces se despersonaliza, se funde con los compañeros en una sola orden mental. Porque el blanco del papel, símbolo evanescente que va estudiando cada vez, Böhtlingk lo comparte con todos. El blanco: lo que todos los artistas tienen en común. Para Jullien la imagen es una estructura disponible, “evasiva-elusiva”, dice, que se abre a la riqueza indefinida de lo componible. * El momento modernista de Böhtlingk es lo que Jullien llamaría el “cuestionamiento de lo acabado” (la teoría del esbozo); la obra inacabada permanece en alerta. El esbozo logra mantener la obra lo más cerca de su propia invención. * Al emanciparse del logro, la obra se despersonaliza. * “La riqueza infinita de lo indefinido” es virtual, en el sentido filosófico del término. El blanco es todo lo que podría ser. En él conviven todas las decisiones que todavía no fueron tomadas: si bajaste o no al kiosco a comprar cigarrillos, si pensaste o no (otra vez) en dejar de fumar. Si sentiste culpa o felicidad con la primera pitada; o alegría al sentarte en el balcón (fumando o no); si lo prendiste y lo apagaste enseguida; si en el balcón recibiste la llamada de un amigo, que atendiste o no, si tuviste o no malos pensamientos en el día, si te dieron o no un beso; si te dijeron que sí, si te dijeron que no: todo eso está en el blanco. * “La obra debe renunciar a su marca de obra, a parecer obra”. * La hoja manchada de agua llena de partículas. Visita a Paiva (2013). * Viejo sauce (2016) se dobla. * El Sueco es un arroyo que se abre del Paraná, bastante arriba, y da con los Bajos del Temor. Así se llaman porque es donde los prácticos de río pueden errarle al canal y dejar un barco encallado. Esa es la tierra nueva, apenas formada. Barro del que salieron yuyos: podría ser una escena del Popol-Vuh. Verano, El Sueco (2012). En este cuadro las luces están arriba y también abajo. “Las luces”, dice Böhtlingk cuando nos quedamos mirando las acuarelas y hablando en la casa de Villanueva. Se refiere a la iluminación de las imágenes. Londaibere ya había dicho que en la pintura china el trabajo interior del artista es el que se despliega cuando tiemblan los pelos del pincel. Ese es el berretín, el flirt de pintar acuarelas de Florencia Böhtlingk: lo que sentís es lo que pasa. Cuando pintás no hay mentira. No hay distancia. Ya lo había dicho antes Jullien. Y antes los orientales. Como Blanes. Las luces se desarrollan, en este Sueco de sueños, en los espejos de agua de un verde más lavado que coincide con los reflejos del sol, rozando por arriba la copa de los árboles, últimos captores de la luz en descenso hacia el oeste. Siempre en la pintura, si un mismo color relaciona dos objetos separados en el espacio del plano, es que hay un sentimiento puro. Hay transparencia. Una mancha que formó el agua y un par de gotas de blanco forman un ojo con el verde más aplomado de la barranca. Y en el medio el ocre, el agua marrón que al secarse forma el “tierra sombra”. La acuarela sigue leyes secretas: las leyes de la ternura que estudiaba Mandelbrot. Son leyes un poco disfuncionales. Como todas las familias: hasta las familias de leyes. * Manifestarse en lo exterior, trabajar en la construcción interna al jugar con los materiales sobre la hoja, es lo contrario de hacer un autorretrato. Es despersonalizarse, dejarse descansar a uno mismo como individuo con responsabilidades, metas e impuestos impagos. El paisaje por eso es el espectro (el término es de Walter Arancibya) del autorretrato: es lo que queda en pie cuando el autorretrato huye y el yo-objeto se disuelve. Y todo es blanco. El autorretrato cambia las reglas de la acuarela. Ese es el declive del amor al orgullo. El autorretrato llena, tapa; se estructura en la composición y no antes que ella, como en esbozo. El autorretrato salta del blanco a la ley formal que no protege, solo oculta. * Ventana, té (2010). * Lo más importante es lo que el título no dice: la pintora está dibujando. El suelo es gris, tierra sombra. Detrás de la puerta se ve el cielo; la mesa, el vaso, la tetera, también son grises. El vestido de la pintora es rojo. De un lado la pared va al verde. * Böhtlingk se retrata de todas las maneras imaginables. Con pelo corto, largo; más alta, más bajita. Se retrata como es y como podría ser. La del autorretrato es una infinitud pasmosa: busca agotar las posibilidades que el blanco contiene. El arte del autrretrato es hinduista. El de la acuarela es egipcio, es decir, oriental. El amor siempre imagina posibilidades en el blanco; pero el amor de uno mismo es monocromático: renuncia al blanco para absorberse en el plano lleno. Me estoy refiriendo a las dos maneras bien nítidas que Böhtlingk encontró para enfrentarse a la hoja en blanco en los últimos tiempos. * La primera manera es la de formar planos de color que vayan rodeando al objeto, tallando una forma blanca y sirviéndole de fondo. Böhtlingk pinta lo que el objeto no es como si formara una figura recortando con tijera: el blanco es la piedra ingenua cuyas imperfecciones va removiendo. Esta es la forma típica de los paisajes, la auténtica pintura oriental. La segunda manera es la de los autorretratos, y de un tramo grueso de la pintura anterior de Florencia Böhtlingk. Esta manera tiene mucho del marco composicional de la veta más afin al cubismo de la Escuela de Nueva York y su vehículo propio es el escorzo encastrado, sin blanco. Böhtlingk dibuja y traba, ocupa, llena el espacio. Los trazos pesan; el color cae. Pero la acuarela pide otras reglas. No importa cuánto se expanda el pigmento en la hoja. Por ejemplo, Ventana, Paiva (2012) es un ideograma en estricta observancia con las reglas de Alfredo Londaibere. Fue Londaibere quien invitó a Böhtlingk a exponer en el Centro Cultural Rojas, en 1997 y en 2001. Y si me lo permitís, para terminar, me gustaría llevarlos al Sueco. A través de un rodeo. Dice Londaibere: La fuente resulta ser la totalidad de la producción de las diferentes épocas, percibida en forma panorámica y simultánea. La vía es la contemplación, el entrenamiento en la disposición del ánimo receptivo. El Abra Vieja , el Carabelas, hermanos menores del Paraná, son algunas fuentes del Río de la Plata, la familia oriental de paisajes y cursos de agua interconectados que Böhtlingk y sus amigos se esmeran en explorar. Muelle, Paraná de las Palmas (2012) es una pintura casi aerosoleada; tan aguada, tan prominente la rugosidad del algodón del papel. El color se esparce en gotas, juncos bajo un manto dorado. El muelle es blanco y forma otra cosa que podría ser un carácter kanji pesado y lleno. Abra Vieja (2015) también es una acuarela en la que los colores parecen barridos con aire; el río, más bien arroyo, ocre con reflejos dorados. Es un canal que despunta en Tres Bocas y llega al Luján. La dirección del agua depende del viento y la marea, del flujo y reflujo del río maestro, que en cursos tan bajitos se nota como un ir y volver de la masa de agua y sedimento. Si va para Tres Bocas, esperen que el agua suba; amplias secciones de este arroyo son vírgenes. Las ramas son negras, en primer plano, difuminadas. Arroyo Carabelas muestra una pareja en bote, ella con flequillo y él de anteojos, en un tono sombra. Un bote atrás y el río que da una curva, dibujando una casa sobre la punta de la isla. Los árboles, altos, dejan caer una sombra verde en la superficie del agua. Los muelles siguen siendo blancos. Por ahí andaba Böhtlingk tomando mate con los amigos. En Mate (2015) está sentada frente a la mesa, pose egipcia, facciones cerradas, en el acto ritual de cebar para los contertulios que quedan fuera del cuadro, tras un arbusto resuelto en el tipo de línea renegrida, continua y turbia con la que resuelve mucho de la vegetación. El vehículo y el objetivo es el hacer vinculado entre la tradición, la necesidad expresiva personal, la posibilidad de generar belleza y obtener desarrollo espiritual. Lluvia en lo de Paiva (2012) es una acuarela de invierno, de interior, con poses francas y posturas de un envalentonado relax: uno se tira al piso, otro sentado en un banquito, otro constreñido para dibujar de pie, los tres juntos. Lo que tienen en común, lo que los tres tratan de dibujar, puede ser o no un templo: es un árbol gigante, naranja, con fondo amarillo. Ese río que resiste todas las estaciones también aguanta el comercio, como en Barcaza, Río Sarmiento (2017), donde se presenta la lancha almacén, línea tierra sobre blanco, en un riacho verde rodeado de casonas ansiosas que esperan alimentos, dejadas en general al cuidado del blanco. Hablar de mi pintura sería hablar del soporte de mi experiencia artística, de mi vía de desarrollo espiritual, de mi forma de recibir y sumarme a la experiencia codificada que es el oficio de los pintores y escultores, de los artistas plásticos. Es ejercitar, descubrir, recibir la trasmisión y en ese mismo proceso replantearla en formas y procesos actuales. Las islas que se forman solas invaden el blanco; y detrás de su proceso de formación vuelve el blanco; el pincel es más ancho, no hay línea. El pigmento brilla y le pasa la palabra a la falta de pigmento. Islas, verano (2012) tiene el cielo gris del atardecer visto a contraluz, el bosque espeso en azul a lo lejos, la mixtura de ocres y verdes del pastizal mojado en la cercanía. Y a los pies de la imagen el gris que vuelve como niebla. Es una postal británica de tan invernal, pero francesa por lo niboso, por el énfasis en el color que se extiende desdibujado, dieciochesco. Más sombrío y más franco es el regreso en Cañaveral Rama Negra (2012), una aguada que cubre una de las zonas vírgenes del arroyo. Ramas negras sobre el agua dorada rematan en el blanco del papel inmaculado. El juego se da entre lo resplandente y lo opaco. La línea es pérdida de escultura, ausencia de volumen; lo opuesto ocurre con los Isleños (2014), una reunión en lo de Paiva con cinco personajes arrimados a la mesa, barbas, sonrisas, miradas, platos, botellas y sombras celestonas. Entiendo la pintura como un lenguaje simbólico en sí mismo, no descentrado hacia lo retórico, lo argumentativo, o lo que alude a otra cosa distinta de lo que es. Pero los retratos no serían nada sin ellas, las que se dejan cazar sin armas. Las Garzas (2014) también cubren el plano; pero lo cubren de blanco. Se juntan en un entresijo, entre el paisaje (la ley del esbozo) y el autorretrato (atado a la primacía de la estructura composicional cerrada). Estas garzas son demonios, mensajeros capaces de portar cualquier atributo: son la antesala y el punto de fuga del autorretrato y el paisaje, conjuntamente. Son lo que anida en el pecho. No se sabe bien quiénes son, en realidad. ¿Sos vos, soy yo? La perspectiva a vuelo de pájaro es la perspectiva barranca arriba de tantos paisajes de Böhtlingk. Observar todo como una garza le permite encontrarse con la ciudad del otro lado del charco en Ciudad desde el río (2011), donde los paquetes edilicios del centro financiero de Buenos Aires se ven menores que los juncos bajo el cielo. Otra vista hacia el continente desde la pintura oriental: Barrancas (2011); aquí la perspectiva aérea se invierte. Vemos como ve la garza que pesca, supera en velocidad a un bote de remeros, atisba la caída de tierra y un ápice de la catedral de San Isidro, edificada en lugar de la vieja iglesia. La pintura es ubicua y encuentra lugares que pocas veces, en realidad nunca, son los previsibles. La entiendo como una experiencia que promueve sus propias leyes, su propia forma de vincularse. Tal como las garzas son mutables, Böhtlingk aparece con barba en El bajo (2010). La mitad de la imagen es de ella; la otra de una palmera. La barba le cubre el pecho, como un delantal. La pintora trabaja en la mesa. El rostro, de tres puntos, sonríe. El yo, como tema, es virtual, vacío. También en Aves (2011) los pájaros asumen mil siluetas y maneras, con trazo oscuro más grueso. Vuelan en son, miran para un lado o para otro, están solos o en pareja. Están ahí, donde siempre están. A veces, de tan presentes, no se los ve, como en el monocromo y algo macabro, de tan británico, Garzas (2014). Una y otra vez, de una u otra forma volví a buscar lo frondoso, lo sensible, lo táctil, lo concreto. Y todo el Río de la Plata, y todo el Delta que se forma a su merced se va encapullando en el espacio virtual de lo que queda en esbozo cuando está formándose. En Botes, arroyo Reyes (2017) es como si Böhtlingk recién comenzara a hacer acuarelas del río, después de siete años de hacer lo mismo. Por eso se quieren tanto, con Paiva y Crubellati: son muchos años. Todo se funde en el blanco: planta, suelo, cielo, en Enramada (2016). Así es el universo, dice Mandelbrot: una enramada cuyo roce busca lo intacto, diluido con el agua barrosa del río. Tal vez la más pueyrredoniana, la más hermanada de las vistas de la ribera sanisidrense es Bajos (2015), donde el agua es amarilla y el cielo violeta. Böhtlingk mete témpera para asegurar la luz y un amante del progreso pensaría que en este perfecto paisaje de puntas anchas solo falta un tren que lleve y traiga prosperidad: un tren para que los porteños, como indicaba Sarmiento, “puedan airearse un poco”. Pediría la lectura menos violenta o ciega posible en relación a la unidad y complejidad de mi proceso artístico y a la más amplia consideración de sus fuentes, lealtades y proyecciones. Las luces suben solas. Salen de la caja y, cuando Böhtlingk termina de usarlas, vuelven a la caja intactas. Enramada chica (2016) es verde y azul. Se despliegan en la extensión, como en el Canal El Sueco (2012). Se reúnen formando un tres, como con Crubellati y Paiva, en Delta mental (2017). Eso tiene que ver con el triángulo, el Delta y los compañeros: pasar la palabra. La narración es reticente, chupa el sentido, lo retrae o posterga pero lo promete. Es el mundo por descubrir, por empezar. El viaje o el poniente. Lo que no podemos dimensionar, contar, compartir. Lo desconocido pero existente. Lo que nos da curiosidad, expectativas. Lo que esperamos con ansiedad, lo que deseamos con inocencia. ---------------------------------------------
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